Desencanto
- mariomaymo
- 30 nov 2019
- 2 Min. de lectura
La puerta del viejo bar se abrió y el hombre penetró en su interior. Aparentaba unos 60 años. Apenas algunos cabellos coronaban su cabeza. Su prominente barriga delataba una vida poco dada al ejercicio.

A esa temprana hora el local se encontraba aún casi vacío, así que la mayor parte de las mesas estaban desocupadas. Al pasar junto a la antigua barra recogió, como cada día, uno de los periódicos que el propietario ponía a disposición de los clientes de forma habitual.
Tras dirigirse a una de las mesas - pegajosa por las mil bebidas derramadas en el tiempo sobre ella - se dejó caer cansadamente en la gastada silla de formica y empezó a hojearlo. Nada nuevo en las noticias de portada: políticos insultándose y guerras en medio mundo. Los dos equipos de fútbol de siempre habían vuelto a ganar sus partidos. Miró la cabecera del diario para asegurarse de que se trataba de la prensa del día.
- ¿Le traigo lo de siempre?
Toni, el dueño y único camarero del establecimiento, estaba de pie frente a su mesa. Con su camisa blanca de cuello gastado y sus viejos pantalones negros, armonizaba a la perfección con el entorno.
- Sí, por favor.
El camarero se alejó arrastrando los pies y desapareció a través de la chirriante puerta que conducía a la cocina. Una nube de humo con olor a aceite refrito brotó de su interior.
El hombre miró a través de la ventana que daba al exterior. Aún era oscuro y hacía frío. La luz de las farolas se reflejaba en los charcos que había formado la lluvia que llevaba cayendo toda la noche.
Al otro lado de la calle se encontraba estacionado el taxi que conducía desde hacía ya 15 años. Los dos habían envejecido juntos. Ambos podían decir que prácticamente ya solo se tenían el uno al otro.
Pasados unos instantes Toni apareció de nuevo y depositó el desayuno sobre la mesa sin pronunciar palabra. Después dio media vuelta y se alejó renqueando. La comida parecía tan poco apetitosa como el día de trabajo - otro más - que le esperaba hoy: lunes y lluvia, la combinación “perfecta” para una conducir en una gran metrópolis.
Tras comprobar el importe de la cuenta sacó un par de billetes de su desgastada cartera y los dejó sobre la mesa. Se levantó fatigosamente y se dirigió hacia la salida del bar.
Respiró profundamente y cerró los ojos un instante. Después abrió la puerta y tras atravesarla se sumergió en la oscuridad de un día igual que cualquier otro.
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